El remedio de Taboada
Castiñeiro de Taboada
Don Cándido del Aire y doña Bárbara Guerrero forman un matrimonio peculiar. Sus gustos están cruzados, dice la gente del XIX que los conoce. Él es un experto en sedas y encajes. A ella le van las armas, la remonta y la cría caballar. No obstante, son una pareja feliz.
Viven en Alajuela, la segunda provincia de Costa Rica, donde disponen de todos los avances de la época, porque si todavía no lo hemos dicho, han de saber que los Aire son ricos hasta el aburrimiento.
Pero como siempre sucede para que haya excepciones a la regla, sufren lo indecible por no tener descendencia. Que si él no es hábil con el arado, que si ella no es tierra fértil, la vida se les escapa sin nadie a quien dejarle su inmensa fortuna.
Cuentan los ticos de aquellos lares que se rodean de médicos, sabios y curanderos, y que todos están de acuerdo en un punto, por difícil que parezca la coincidencia. La solución a los males de la pareja, lo que abrirá las puertas a la simiente, ha de ser por fuerza el aceite de castaña.
No concreta la historia si son friegas en él o en ella, si con la esencia han de freír las patatas, si han de beberlo o dárselo en sus partes, pero el caso es que tratan de hacerse con el mejor y más efectivo, como es natural tras escuchar el unánime parecer de tanta eminencia.
Fue así que les tocó probar el frasco de la siguiente etiqueta “Aceite destilado con el fruto del Castañeiro de Graña de la aldea de Susá, provincia de Lugo (España)”, que para ser más exactos, lo es de San Xoán de Bouzoa, en Taboada. Algo notó él, algo vibró en ella que al cabo de nueve meses, la yerma aparente no parió un retoño, sino dos, chico y chica, que convierten en completa la felicidad de los Aire.
Al chaval le ponen Bienvenido y dicen quienes me soplan la historia que vino a Lugo cuando cumple los 20. De modo que ya lo saben.