Encuesta deliberativa
Si hubo alguna vez un siglo de las luces, éste que nos toca vivir camina a muy buen ritmo para que se estudie como el siglo de los apagones. Y no sólo por los analógicos, que ésos vienen cargados de imágenes y sabrosuras, sino por los ideológicos, con los que se diluyen como azucarillos todos los sistemas de elevación humana, desde el platonismo hasta el existencialismo, pasando por las escuelas racionalistas que antaño se abren en busca de respuestas.
El apagón las resuelve de raíz. No hay espiritualidad que valga. La humanidad es un conjunto de afanes primarios que una vez satisfecha el hambre se desborda en sexo, alcohol y consumismo. No le demos más vueltas a la tortilla. Si doce mil jóvenes se ponen en marcha y reivindican su papel en la sociedad es porque alguien ha convocado un macrobotellón cercano. Apaguemos las luces de ocho a nueve y veamos en la tele un debate sobre la homosexualidad en las filas de la Benemérita y su relación con el precio de las bombas lapa. Esto no da para más. Botellón, apagón, borrón y cuenta nueva.
El CIS ha encontrado el método para que la realidad no te estropee una feliz estancia sobre la tierra. Se llama encuesta deliberativa. Se pregunta sobre la opinión que merece el botellón a un grupo de personas. Se observa que el 66 por ciento es crítico o contrario a su existencia; vamos, que no les gusta. Se les aplica una inmersión de una semana en debates, informes y conferencias, y a la salida, el 66 por ciento de críticos se ha convertido en un 21. Maravilloso. El botellón es intrínsecamente bueno con siete días de diferencia. El valor de las ideas depende del porcentaje de gente que las apoye, como la canción del verano. ¿Cómo no se nos había ocurrido antes?
El mérito no es que Picasso haya influido sobre millones de personas, sino que esos millones le digan a Picasso cómo tiene que pintar.