La cumbre del cotilleo

Cotilla trabajando

La noticia de la trágica muerte del fiscal jefe Begué llegó a la red social como si se hubiese abierto la espita de una cuba repleta de alquitrán, una de esas mágicas bolsas que el imaginario gallego localiza debajo de las grandes piedras, al lado de otra que contiene oro. Si quien busca el oro se equivoca y perfora la del alquitrán… el mundo se acaba.

Si tienen el humor de repasar los comentarios que acompañan la noticia por doquier, comprobarán una espeluznante realidad. Más del ochenta por ciento de los comentaristas, sentados tranquilamente delante de su ordenador, sabía al instante qué había sucedido, qué lo había motivado, la calificación del delito y hasta los nombres de los responsables. Algo sorprendente, genial, mágico.

El diagnóstico común era definir el suceso como un asesinato. Eso, por descontado. Pero el defecto común a todo aquel derroche de sabiduría fue precisamente que las especulaciones no coincidían en la misma dirección, o al menos, se dividían en tantas como posibilidades existen después de semejante análisis. Y ahí nadie se cortó un pelo. Desde el narcotráfico, a los implicados en las diversas causas que los comentaristas relacionaban de oídas con Lugo, pasando por partidos políticos y por mafias internacionales de delincuencia sin pararse en barras. ¡Esto comienza a ser México! Exclama uno de ellos henchido de razones que él destila en la retorta de su fantasía. ¡Es un aviso de lo que puede pasar! Vocifera otro.

Creíamos que la tecnología venía a sustituir y eliminar lo que durante los siglos anteriores se llamó cotilleo de porteras, un término que hoy será considerado políticamente incorrecto aunque sirva para entendernos. No, ya no hay porteras, sino portales; pero se mantiene el riesgo de pinchar el alquitrán cuando se busca el oro sin los planos oportunos.

Un comentario a “La cumbre del cotilleo”

  1. MIRANDA

    Dan ganas de emigrar cuando nos llegan estos efluvios de chismorreo y cotilleo que configuran nuestra cotidianeidad carpetovetónica.
    No basta con bloquear el mando a distancia de la tv para no presenciar jamás los vomitivos shows de la telekaka y sus repugnantes gurús.
    No basta con negarse a participar en los twitters y los facebooks, donde la avalancha indeseada de actividades y pensamientos ajenos anega los propios y les impide respirar de forma salutífera.
    No basta con apartarse de los cenáculos y círculos donde se calumnia y vapulea al prójimo de forma inmisericorde.
    No basta con ignorar la prensa y las columnas que engrosan el albañal con politiquerías y envidiejas.
    No basta.
    Porque a la vuelta de la esquina está esperando el hecho trágico que vuelve a abrir la espita del alquitrán que vuelve a anegar el ambiente que vuelve a ser irrespirable.

    Entonces es cuando querrías coger el petate y largarte a las antípodas, mismamenta a Australia, lejos de esta sociedad cutre, ignorante y osada, que se anticipa a las sentencias judiciales para condenar sin pruebas, por simple olfato o intuición.

    Hace algunos años, formé parte del primer Jurado Popular que se constituyó en estos pagos. Se trataba de un caso de asesinato acaecido aquí, en la provincia. Un tipo se toma una cerveza en la barra, sale del bar, y en la misma acera alguien lo mata a cuchilladas.
    Junto a aquel primer Jurado de novicios, de todas las edades y condiciones, un abogado se aprestaba a aclarar cualquier duda, facilitar información complementaria, radiografías, datos, etc.

    Nunca como entonces tuve clara conciencia de lo manipulable que puede ser la sociedad. Nunca como entonces tuve la convicción de que si un juez puede equivocarse, es muy pero muy difícil que un puñado de ignaros jurídicos, en algunos casos ignaros a secas, que además lo desconocen todo del caso más allá de los titulares de prensa, pueda acertar en su veredicto. Excuso decir que, por propia experiencia, soy absolutamente contraria al Jurado Popular.

    Especular con las razones del suicidio de una persona, proponer la posibilidad de un asesinato, elucubrar con paternidades o enfermedades secretas, con motivaciones políticas, de venganza o de mafia narcotraficante, señalar sin el menor rigor a posibles culpables o razones para serlo…y a veces, incluso, desde la responsabilidad de un medio de comunicación, todo eso define y califica la categoría humana e intelectual de la ganadería bípeda en la que vivimos inmersos.

    Me repito, ganas dan de emigrar, meu!!!

Comenta