Búsquese un enemigo
La política, tal como la están entendiendo demasiadas siglas, es la única actividad humana en la que resulta ventajoso crearse enemigos. Con un enemigo delante has resuelto la mitad de tus problemas, pues siempre puedes recurrir él para disimular y justificar tus propias carencias, fallos o ineptitudes.
Franco se inventó la conjura judeo-masónica y le fue de maravilla. Además tenía a Rusia, a los comunistas, a los compañeros de viaje y a los tradicionales enemigos de la patria. Entre lo que había de cierto y lo que a él le gustó aderezar, fabricó una nebulosa lo suficientemente creíble como para echar mano de ella cuando fuese menester.
Representantes de la derecha y de la izquierda se tienen por enemigos irreconciliables e incompatibles. “La culpa la tiene la derecha / izquierda”, es la frase preferida de sus labios y cuando la pronuncian en una reunión, sea en la dirección que sea, se produce un espeso silencio de vergüenza ajena que ellos torpemente interpretan, para sus adentros: “¡Cómo se nota que tengo toda la razón!”
Los nacionalismos, dicho así, en líneas vagas, lo han tenido muy fácil. El enemigo es España. España es un bicho muy feo y yo, pobrecito de mí, soy otra cosa.
El Estado también les ha secundado en la misma opinión en demasiadas ocasiones: El enemigo es el nacionalismo.
Una vez concretada la enemistad y convencido el personal de que realmente conviene aniquilarlo, queda el camino expedito para pedir cordones sanitarios, fronteras, quema de retratos, Goras eta, desmembramientos, censuras, rayos, centellas o lo que haga falta; porque ya se sabe, al enemigo, ni agua.
Así no es de extrañar que en Inglaterra apoyen a la Selección, o que hayamos ganado a Italia. Hasta los chicos de Luis ya han elegido bien sus enemigos.