El amarillo
Domingo, 31 de Diciembre, 2017
Colau amarillea
Cataluña ha sido el tema del año. Eso no se puede discutir. Tanto es así que por momentos no fue tema, sino monotema. La irresponsabilidad de unos, sumada a la improvisación de otros, sobre una cama de manipulaciones y falsedades, da como resultado la tormenta política perfecta revestida con características de un golpe de Estado desde el Estado.
Cuando la aplicación de la ley se hizo de todo punto indispensable, el único recurso que les quedaba a los delincuentes era disfrazar la ley de represión y su desobediencia, de heroicidad.
Para escenificar aquel nuevo panorama, los responsables del marketing secesionista eligieron el lazo, que en los últimos tiempos se vincula a campañas en pro de víctimas o necesitados, y el color amarillo, que por lo visto quedaba libre, aunque ya se identificó con las campañas en contra del sarcoma, la espina bífida e incluso con el 15M.
En cuestión de colores yo me guío por lo que diga el antropólogo francés Michel Pastoureau, que los ha estudiado uno a uno y que les dedica libros interesantísimos que son una delicia de cultura y entretenimiento.
Como me sonaba que la investigación de Pastoureau no arroja buenos resultados para el amarillo _ y no solo por la mala suerte de Molière sobre el escenario _, me fui a repasar lo que escribe sobre él y me encuentro con algo peor de lo que pensaba. Todo lo positivo se lo queda el dorado, convirtiendo al amarillo “en un color apagado, mate, triste, que recuerda al otoño, la decadencia, la enfermedad. Pero, peor aún, se transformó en símbolo de la traición, el engaño, la mentira. Judas se representa con prendas amarillas, y en el siglo XIX a los maridos engañados se los caricaturizaba representándolos con corbata o trajes amarillos”.
En fin. Eso es lo que hay. Feliz año nuevo y no lo reciban con nada amarillo encima. Vamos, digo yo.