El apodo de Rita
Domingo, 20 de Marzo, 2016
Asaltacapillas con despacho al fondo
Por una capilla que asalté, asaltacapillas me pusieron, y con el mote me quedé, hasta que los cielos se abrieron.
Ésa es la historia presente, pasada y futura de Rita Maestre, la Asaltacapillas de la Complutense, título que arrastrará de por vida, como Urtain fue el Morrosko de Cestona, y Garayo, el Sacamantecas de Álava. La gente tiene muy mala idea bautizando. Cuando García se calzaba las botas, repartía carnés de abrazafarolas a quienes ni se habían acercado a una lámpara, y chupacirios fueron muchos que ni cera tenían en sus orejas.
Son avatares de esta vida. Te la pasas dándole a la péñola, escribes más novelas ejemplares que el Tostao, y al final te quedas siendo el Manco de Lepanto. Es inmerecido, pero nadie nos dijo al nacer que entrábamos en el paraíso de la justicia.
A Rita la han condenado, pero no a pagar cuatro mil y pico de euros, sino a ser la Asaltacapillas de la Complutense de por vida, que es empleo para el que trabajó a conciencia cuando hacía prácticas de top-less y 2º de Amenazas: “Arderéis, como en el treinta y seis”. Chúpate un cirio, fermosa.
Rita no dimite porque si alguna vez lo dijo, estaba de coña, como el día de la capilla. Da la mismo, la condena no lleva implícita la dimisión porque esas cosas, como ella misma admite, van implícitas en el ADN de cada código ético. Toma tamaña cursilería desoxirribonucleica.
Lo cierto es que Rita, camino de convertirse ya en doña Rita, será para los restos la Asaltacapillas de la Complutense, título que sirve para formar un grupo de rock, e incluso como apodo de torero tremendista, pero pare usted de contar. La historia le espera con los brazos abiertos. Bienvenida al mundo de los tipos populares, el de los ganapanes, peinabombillas, arrastracueros, matacandiles y asaltacapillas.