El duque temido
Martes, 20 de Diciembre, 2011
Ésta es la imagen que se trató de evitar
A medida que se profundiza en el conocimiento del convoluto de Urdangarín, se acrecientan dos fuerzas inversas. Una, de carácter centrífugo, tiende a considerar irrefutable la culpabilidad del duque de Palma, tanto por la naturaleza de los hechos que de confirmarse constituyen la corrupción, como por los modos y maneras que no se esperan de un yerno del Rey.
La otra, de carácter centrípeta, consolida el proceder de la Corona en un caso que evidentemente solo le podía proporcionar quebraderos de cabeza y un grave deterioro de imagen. Entre ese maremágnum rebaladizo donde se entremezclan vínculos familiares y responsabilidades de Estado, emerge la figura de José Manuel Romero Moreno, conde de Fontao, que yendo de la mano de la ley, de la sensatez y del sentido común, impone la dirección a seguir.
¿Se pudo actuar mejor? Siempre. Incluso se pudo haber conseguido del Instituto Nóos una organización modélica de ayuda y solidaridad, o de investigación y conocimiento. Cualquier cosa menos el bochornoso espectáculo de un proceder que se burla de la sociedad a la que se debe y cuyo mero enunciado espanta a los espíritus menos concienciados.
En los primeros momentos del reinado de Juan Carlos se advirtió hasta la saciedad del peligro que supondría el advenimiento de una corte que se moviese en la sociedad con el salvoconducto que supone una cercanía al monarca. Las advertencias se referían a esto, a que el país se plagase de urdangarines correteando por todas las esquinas, de convoluto en convoluto y de fuero en desafuero.
Durante años se evitó en la medida de lo posible, y así se reconoció. Pocos sospechaban que el peligro vendría de la propia familia, llegando a ésta elementos de mamandurria contrastada.