La gamberrocracia
Viernes, 30 de Noviembre, 2007En su jerga laboral, los trabajadores de las clínicas donde se realizaban abortos ilegales se referían a ellos como “rompecocos”. Se trataba de camuflarlos, de quitarles hierro, pero eligieron un término tan brutal como exacto. El objetivo de la ruptura ya tenía coco, uno tan grande que era necesario triturarlo para que no atascase las bajantes de los desperdicios.
Una vez más el lenguaje trata de hacerle el caldo gordo a la violencia con etiquetas y distingos que permitan criminalizar la que no interesa y pasar por encima de aquella que combina bien con los intereses políticos de turno. Un atentado puede convertirse de golpe en un accidente o incluso puede ser considerado como una muestra más de la libertad de expresión, pero si hablamos de violencia de género, ahí no hay agua que le lave al infractor. Y no debe haberla, ciertamente, como delito que es.
Ahora bien, si escuchamos a quienes se tienen como partidarios del aborto, lo de esas clínicas es poco más que una extracción molar en domingo, una conquista de la mujer moderna que por tres mil euros se quita un engorroso peso de encima, como quien paga a la mafia para que elimine a un personaje molesto de su entorno.
Así no es de extrañar que los alumnos de esos tres mil y pico de profesores que han denunciado ser víctimas de golpes e insultos, se crean autorizados para liberarse de ese señor tan antipático que se pasa todo el santo día tratando de que penetren en sus cabezas unas gotas de conocimiento que los desasnen, cuando ellos, en pleno uso de sus libertades, lo que quieren es ser asnos de por vida. Así no es de extrañar que tomen las calles y descarguen su juvenil furia contra el mobiliario urbano que está ahí, molestando su lozana anarquía. O que los hinchas de un equipo decidan hincharles las narices a los de otro porque han pasado por la educación básica como auténticos espíritus santos, sin romperla ni mancharla.
Menos mal que ha llegado Sarkozy y le ha puesto nombre. Esto es una gamberrocracia.